Contemplando la Cruz
Contemplando la Cruz
Meditación Devocional
La cruz de Jesucristo se levanta como la mayor paradoja en la historia humana. Fue un instrumento de vergüenza, y sin embargo se convirtió en el lugar de gloria. Fue diseñada para la muerte, y sin embargo aseguró la vida eterna. Contemplar la cruz es pisar tierra santa, porque allí vemos con mayor claridad tanto la oscuridad de nuestro pecado como el resplandor del Evangelio de Dios. Uno de los lemas de la Reforma lo expresa así: “Post tenebras lux”, una frase en latín que significa “después de la oscuridad, la luz”.
Los puritanos a menudo instaban a sus oyentes a permanecer en el Calvario con los ojos de la fe. John Flavel recordaba a los creyentes que: *“Cristo nunca es más hermoso para el creyente que cuando está más humillado por el pecado. Su cruz es el teatro donde brilla su gloria, y el corazón del creyente es el escenario donde esa gloria se representa.”*¹ La cruz desenmascara nuestro orgullo, arranca toda justicia propia y nos deja humillados ante Aquel que llevó nuestra maldición. La justicia fue servida a favor de todos los que habrían de creer. Y en esa humillación, Cristo aparece glorioso, porque lo vemos soportar voluntariamente lo que nosotros merecíamos.
Thomas Watson llevó esta verdad aún más lejos, advirtiendo contra corazones fríos: *“¡Cómo deberíamos ser conmovidos en nuestros corazones al mirar a un Cristo crucificado! ¡Oh, que nunca pequemos contra Aquel que murió por nosotros! La cruz debería volver el pecado amargo para nosotros, y a Cristo precioso.”*² La cruz nos confronta con la seriedad del pecado, pues requirió nada menos que la sangre del Hijo de Dios para expiarlo (1 P 1:18–19). Contemplar la cruz de manera correcta es crecer en odio hacia el pecado y en un amor más profundo por el Salvador.
Richard Sibbes captó el dulce consuelo que fluye del Calvario: *“Hay más misericordia en Cristo que pecado en nosotros. Cuando miramos a la cruz, no sólo vemos la profundidad de nuestra miseria, sino la altura de Su amor.”*³ Contemplar la cruz nos recuerda que, aunque nuestro pecado es real, la gracia de Dios en Cristo es aún mayor. La cruz silencia las acusaciones de Satanás, calma la conciencia culpable y nos asegura que “ahora, pues, no hay condenación para los que están en Cristo Jesús” (Ro 8:1).
Finalmente, John Owen nos dirigió al fruto práctico de meditar en Cristo crucificado: *“La cruz de Cristo es la muerte del pecado y la vida del alma. No hay muerte del pecado sin la muerte de Cristo, y no hay vida de santidad sin la vida de Cristo.”*⁴ El creyente que cada día mira a la cruz no sólo encuentra perdón, sino también fuerza para andar en novedad de vida (Ro 6:4). La cruz no nos deja donde estamos: nos transforma en un pueblo celoso de buenas obras.
Aplicación:
Al contemplar la cruz hoy, deja que tu corazón sea ablandado y moldeado. Considera tu pecado—míralo en toda su fealdad clavado en el madero. Pero no te detengas allí; levanta tus ojos para contemplar al Redentor que lo llevó todo por ti. Deja que Su amor te constriña, Su sacrificio te humille, y Su triunfo te dé valentía. Como Pablo, que podamos resolver no saber nada entre nosotros “sino a Jesucristo, y a éste crucificado” (1 Co 2:2).
Oración:
Señor Jesús, mantén la cruz siempre delante de mis ojos. Hazme ver allí tanto el horror de mi pecado como la maravilla de Tu misericordia. Enséñame a odiar aquello que Te clavó allí y a amarte más por llevarlo en mi lugar. Que Tu cruz sea la muerte del pecado en mí y la vida de mi alma, hasta el día en que te vea cara a cara. Amén.
¹ John Flavel, The Fountain of Life.
² Thomas Watson, The Doctrine of Repentance.
³ Richard Sibbes, The Bruised Reed.
⁴ John Owen, The Mortification of Sin.
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